Época: Segunda Mitad II Mil
Inicio: Año 1310 A. C.
Fin: Año 1110 D.C.

Antecedente:
Segunda Mitad II Milenio



Comentario

El silencio en que había quedado sumido el Elam hacia mediados de milenio comienza a desaparecer por el renovado interés mesopotámico en la explotación de sus riquezas. No sabemos a ciencia cierta la trama de los acontecimientos que provocan la confrontación entre Khurpatila, monarca elamita de nombre hurrita, y Kurigalzu II de Babilonia (1345-1324), que es el transmisor de la historia. En ella Kurigalzu se presenta como víctima, pero no resultaría extraño que hubiera sido el agresor, si tenemos en cuenta el revés que había sufrido cuando intentó sacudirse el yugo asirio a la muerte de su antiguo promotor Assurubalit. Su heredero, Adadninari I, segó las pretensiones de Kurigalzu que se vería obligado a dirigir su atención hacia una región olvidada por la dinastía casita.
Aquí halló su fortuna, pues la victoria del rey casita fue casi total. Susa cayó en su poder y fue depositaria de numerosos monumentos destinados a recordar el triunfo de Kurigalzu. Esta situación, sin embargo, no fue duradera, pues Babilonia estaba demasiado ocupada con Asiria, su rival y vecino septentrional. La disminución de la presión babilonia permitió el ascenso de un tal Ikehalki, que habría de fundar en torno a 1310 una dinastía elamita en Susa, que acababa de ser liberada del dominio casita. Así se inaugura la llamada época clásica elamita, que habría de prolongarse durante dos siglos.

Algunos indicios parecen señalar que Ikehalki no fue más que un jefe tribal y que el primer monarca del reino medio elamita en realidad sería su hijo Pakhir-Ishshan. Pero el principal monarca de esta dinastía fue Untash-Kumban, hacia 1265-1245, que consiguió eliminar totalmente la presencia babilonia en Elam e incluso llega a lanzar campañas contra territorios babilónicos. La obra, sin embargo, más duradera de este monarca fue la erección de una nueva capital, Dur-Untash (la actual Choga Zanibil, situada a una treintena de kilómetros al sureste de Susa), en al que reproduce los cánones arquitectónicos babilónicos, como refleja magníficamente un zigurat que aún se conserva en buen estado.

Fue sucedido en el trono por su hermano Kidin-Khutran, que gobernó aproximadamente otros veinte años. Durante su reinado, la rivalidad entre Babilonia y Asiria le permitió atacar con éxito ciudades de la Baja Mesopotamia. Sin embargo, los arrolladores triunfos de Tukultininurta I llegan no sólo a Babilonia, sino también hasta las orillas meridionales del mar inferior. Es seguramente acertado atribuir a esta campaña asiria la razón de la desaparición de Kidin-Khutran y, con él, de la dinastía anzanita fundada por Ikehalki.

La victoria de Tukultininurta no parece que reportara a Asiria un dominio efectivo sobre Elam, pues hacia 1215 encontramos en el trono de Susa una nueva dinastía que habría de prolongarse durante un siglo, probablemente el más esplendoroso de la historia elamita. El fundador de esta dinastía es un tal Khallutush-In-Shushinak, padre de Shutruk-Nahhunte I. Éste consiguió, mediante una elaborada estrategia, dominar paulatinamente las localidades vitales desde el punto de vista económico para la supervivencia de la Babilonia casita, cuyo último monarca verdadero, Zababashumaiddina, fue eliminado en 1159. Las ciudades del reino casita fueron sometidas a pesados tributos y les fue arrebatada parte de su riqueza que fue conducida a Susa como botín de guerra. Entre aquellas obras se encontraba probablemente la estela de diorita con el Código de Hammurabi, hallada entre las ruinas de la capital elamita. No se trata de un afán de coleccionismo, sino más bien de un deseo de apropiación de las raíces culturales del país al que tanto debían en ese ámbito, que justificaba al mismo tiempo el nuevo orden militar.

Shutruk-Nahhunte pretende, asimismo, establecer una ocupación permanente en Babilonia, que queda convertida en provincia, y designa como gobernador a su propio hijo, Kutir-Nahhunte. Esta política de imperialismo territorial no tendrá éxito hasta la época neoasiria; los estados no disponían aún de los recursos suficientes (coercitivos, ideológicos, administrativos, etc.) como para garantizar un control eficaz. Los movimientos antielamitas en Babilonia no se hicieron esperar y cristalizaron en torno a la figura de un casita llamado Enlilnadinakhi (considerado por algunos como el último representante de la dinastía casita de Babilonia). Éste consiguió mantenerse tres años como monarca enfrentado a los invasores, situación en la que debió incidir la muerte del soberano elamita, Shutruk-Nahhunte. Su sucesor, precisamente su hijo Kutir-Nahhunte, logró poner fin a la confusa situación de forma violenta según se desprende de los textos babilonios posteriores que afirman de él: "sus crímenes fueron aún mayores que los de sus padres y sus pecados más graves todavía que los de ellos... barrió toda la población de Acad como si fuera el diluvio. Convirtió Babilonia y los lugares de culto famosos en un montón de ruinas". La imagen, pues, que quedó en el pensamiento babilonio de su propia suerte no podía ser más desalentadora. El año 1157, Enlilnadinakhi, hecho prisionero, fue conducido a Susa en un cortejo en el que acompañaba a su propio dios Marduk, cuya fortuna fue superior a la del monarca, pues lograría regresar a Babilonia de la mano de Nabucodonosor I hacia 1110.

Tampoco en esta ocasión consiguieron los elamitas establecer un dominio efectivo sobre la Baja Mesopotamia. Hacia 1150 muere Kutir-Nahhunte sin ver realizado su sueño de una provincia babilonia pacíficamente sometida. Su hermano y sucesor, Shilhak-In-Shushinak, que gobernará durante treinta años, intenta progresar en el control de territorios lanzando campañas contra el piedemonte del Zagros asirio, cuyo objetivo real era dominar la importante ruta comercial del Diyala. Sin embargo, la sumisión de aquella área era aún más difícil que la de la región de Babilonia, por lo que enseguida rechazó la hegemonía elamita. Más de doce campañas llevó a cabo Shilhak-In-Shushinak, en las que consiguió desplazar las fronteras de su estado más allá de lo que había logrado con anterioridad cualquier rey elamita.

Mientras tanto, en la ciudad de Isín, un jefe local llamado Mardukkabitahkheshu estaba organizando a todos aquellos que deseaban deshacerse de los dominadores elamitas. Pronto prácticamente la totalidad del territorio babilonio estaba de su parte, que no tardó en ser arrebatado a Shilhak-In-Shushinak. Es de este modo como se inicia un nuevo declive en Elam, que va a sumirlo nuevamente en el silencio informativo durante tres largos siglos. La última noticia antes de la oscuridad total corresponde a la campaña en que Nabucodonosor I recupera la estatua de Marduk, allá por el ano 1110, tras haber vencido al indeciso monarca elamita Hutelutushu-In-Shushinak.